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domingo, 15 de agosto de 2010

Dimitru Staniloae: TERNURA Y SANTIDAD. Parte I: La ternura del comportamiento de los santos se inspira en la kenosis de Cristo


La humanidad se renueva y se salva en la figura de un santo, por su disponibilidad en las relaciones, por su extrema atención a los demás y por la prontitud con la que se entrega a Cristo. 
¿Cómo se manifiesta concretamente esta humanidad renovada? En la relación del santo con cada ser humano se deja ver un comportamiento marcado por la delicadeza, la transparencia y la pureza, tanto de pensamiento como de sentimientos. Su delicadeza se extiende incluso hacia los animales y las cosas, porque el santo ve en todas las criaturas un don del amor de Dios y no desea dañar este amor tratando esos dones con negligencia o indiferencia. Respeta a cada persona y a cada cosa. Si una persona o un animal sufren, experimenta una profunda compasión por ellos.

San Isaac el Sirio dice de la compasión del santo:

"¿Qué es un alma, un corazón lleno de compasión?. Es un corazón que arde por cada criatura: por las personas, por los pájaros, por los animales, por las serpientes, por los demonios. Al verlos y recordarlos los santos derraman lágrimas. Esta compasión inmensa e intensa que desborda el corazón de los santos hace que sean incapaces de soportar la vista de la más pequeña herida, aunque sea insignificante, en una criatura. Así mismo, rezan siempre con lágrimas por los animales, por los enemigos de la verdad y por los que les hacen daño" (Sermón 81).

Cuando a San Calinico de Cernica le faltaba dinero para los pobres, se volvía a los que le rodeaban y les decía: "Dadme dinero para dárselo a los hermanos de Jesús".
Esta compasión nos hace descubrir un corazón tierno, extremadamente sensible, al que le es ajeno cualquier tipo de dureza, indiferencia y brutalidad. Nos muestra que la dureza la produce el pecado y las pasiones. En el comportamiento del santo y en sus pensamientos no hay vulgaridad, ni bajeza, ni mezquidad, ni un solo rasgo de afectación. Todo es sinceridad. En él hallan su culmen la ternura, la sensibilidad y la transparencia, que se alían con la pureza, con la generosa atención a los demás, y con esa disponibilidad por la que, con todo su ser, vive con ellos sus penas y sus sufrimientos. Todas éstas cualidades manifiestan una eminente realización de lo humano.

En efecto, en esta forma superior de ternura hay una distinción y una nobleza llenas de amor que dejan muy atrás la distinción y la nobleza habituales, distantes y formalistas. Esta ternura no evita el contacto con los hombres más humildes ni huye ante situaciones en las que otros podrían hacerlo. El modelo de esta ternura es la kenosis de Cristo, su condescendencia. Él no quiso alejarse de los pecadores ni de las mujeres, como hacen los que temen por su reputación. La kenosis de Cristo es la suprema ternura. Con ella nos demuestra su deseo de no apesadumbrar ni molestar a los humildes. 
Con la kenosis deseaba abrirse un camino hacia sus corazones. Deseaba hacerles renunciar a su brutalidad por la ternura, en lugar de hacerles persistir en una actitud de insensibilidad con la cual el inferior responde con su desprecio al superior que también le desprecia.
Cristo quiso que por su kenosis se derrumbara el muro de brutalidad y aspereza que recubre como una cáscara, para defenderla, la delicada esencia de la verdadera humanidad.

La ternura del comportamiento de los santos se inspira en la kenosis de Cristo. Son, al mismo tiempo, los precursores de ese nivel futuro en el que la ternura reinará en las relaciones humanas, ya que, insatisfecha la humanidad de la igualdad exterior que consigue alcanzar, se dirige hacia un nivel superior de relaciones recíprocas marcadas por la ternura.

 Gracias a que participan de una conciencia cuya sensibilidad se nutre y afina, precisamente, en esta sensibilidad del Dios hecho hombre para los hombres, los santos perciben en los demás los más escondidos estados de ánimo y evitan todo lo que les pueda causar cualquier contrariedad, sin dejar, no obstante, de ayudarles a triunfar sobre sus debilidades y a vencer sus dificultades.
 Al santo se le busca como confidente de los más íntimos secretos, porque es capaz de leer en los demás esas necesidades que apenas expresan y las cosas buenas que desean . Se apresura, entonces, a responder a esa petición y se entrega a ello con dedicación. Sin embargo, también distingue las impurezas, incluso aquellas que más habitualmente disimulan. Su compasión se vuelve entonces purificadora, por la dulce fuerza de su propia pureza y  por el sufrimiento que hacen nacer en él las malas intenciones o los deseos perversos de los demás. Ese sufrimiento se le queda dentro.

En cada una de esas situaciones, sabe cuál es el momento oportuno para hablar y lo que hay que decir; sabe también cuándo es mejor callar y qué conviene hacer. Podríamos como una especie de "diplomacia pastoral", este sutil discernimiento que tienen los santos, una prueba más de la nobleza de su distinción.

Del santo emana siempre un espíritu de generosidad, de abnegación, de atención y de participación que no se preocupa de sí mismo. Es un calor que calienta a los demás, les hace tomar fuerzas y les hace experimentar la alegría de no estar solos. El santo es un cordero inocente, siempre dispuesto a sacrificarse, a asumir el dolor de los demás, pero también un muro inquebrantable en el que todos se pueden apoyar. Cuando comparte los destinos ajenos, unas veces demuestra gran discreción, y otras, al contrario, gran efusión, pero siempre, no hace falta decirlo, su relación con los demás es totalmente desinteresada.

Por otra parte, no hay nadie más humilde que él, más libre de lo artificial, más lejano de la fanfarronería y de comportamiento más "natural", porque acepta y comprende todo lo que es verdaderamente humano, todas las situaciones modestas y a veces hasta ridículas de nuestra humanidad, que sólo es grande precisamente cuando no se vanagloria de su grandeza. Así, el santo crea inmediatamente entre él y los demás una atmósfera de familiaridad, de proximidad humana y de intimidad. Con ella humaniza sus relaciones con los demás y las hace auténticas, porque él mismo se ha vuelto profundamente humano y auténtico. Habla con dulzura, evitando llamar brutalmente por su nombre a las debilidades ajenas y crea las condiciones para una relación directa, franca y abierta de los demás con él. De esta manera les invita a confesar sinceramente sus flaquezas y pecados, y les da fuerza para vencerlos.



Extraído de "Oración de Jesús y Experiencia del Espíritu Santo", Dimitru Staniloae, Ed.Narcea.


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