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sábado, 12 de julio de 2014

En memoria de la Madre Ekaterina (1911 - 2010) (Higúmena del Monasterio ruso Uspensky de Roma)





Publicado el 18 de mayo de 2012 desde el Monasterio de la Dormición de María.
De la carta del monasterio de la Dormición de María, n. 45, 21 de noviembre 2010.


"Dios es amor; el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él." 
 Estas palabras de la primera epístola de San Juan (4,16), que a la Madre Ekaterina le gustaba decir en latín, es un buen resumen de su vida. El día de Navidad de este año (2010, n. del ed.) habría cumplido 99 años. Ella siempre se sintió profundamente ligada a sus raíces rusas, patria tan amada y tan sufriente que jamás pudo volver a ver; a pesar de todos los intentos, jamás pudo encontrar su lugar de nacimiento, Zatischie, puesto que en los mapas aparecen cinco lugares diferentes con ese nombre. A ella no le gustaba contar las dolorosas peripecias de su infancia. Siempre que algún visitante le preguntaba por su lugar de procedencia, su rostro se ensombrecía mientras decía que no sabía dónde estaba su ciudad natal, y hacía que una de sus co-hermanas presentes contara la historia de su infancia. Un misterioso designio de la Providencia la había ido despojando de todo, para atraerla hacia sí. Donó a Dios con fidelidad, alegría y con todo el corazón su vida entera: el 7 de diciembre 2010 habría cumplido 80 años de vida religiosa.

El 25 de diciembre, en el calendario ortodoxo es la fiesta de Santa Eugenia, por lo que en el bautismo recibió su nombre. En aquel entonces, hubo un incidente singular que siempre fue considerado como un signo de su futura vida consagrada a Dios: en el Bautismo en rito bizantino, los niños son llevados tras el iconostasio para hacerlos dar una vuelta en torno al altar, pero a las niñas no se las lleva. Por un descuido, la pequeña Eugenia se deslizó de los brazos de su madrina, rodando hasta más allá del iconostasio, dentro del santo de los santos.

Tuvo una infancia feliz, hasta que empezaron los tiempos tormentosos de la revolución comunista de los cuales vivió todo su dramatismo en primera persona, al ser hija de un oficial del Zar. En su familia recibió una educación muy estricta, pero también fuertemente cristiana. La madre Ekaterina contaba: "Mi familia era profundamente creyente. El Domingo de Carnaval, antes de comenzar la Gran Cuaresma, como era costumbre en las familias ortodoxas rusas, nos reuníamos y nos pedíamos perdón los unos a los otros, mamá a papá, y viceversa, luego nosotros los niños ... Mi mamá me enseñó a amar incluso a los que no nos aman, y no vengarse, sino a ponerlo todo en manos de Dios " . 

Siendo todavía pequeña, Eugenia no comprendía bien lo que estaba pasando, pero se daba cuenta de pequeñas cosas que gradualmente iban cambiando la vida del pueblo ruso: en la escuela no se podía rezar más, y en su casa antes de comer sus padres se recogían en silencio unos instantes haciendo una pequeña señal de la cruz en el pecho, a escondidas por temor a que los niños pudieran verlo y hablasen fuera de casa. La comida comenzaba a escasear, pero su mamá siempre compartía el pan con los que no lo tenían. La niña visitaba a dos hermanas, monjas ortodoxas clandestinas, que trabajaban como costureras para sustentarse, de las cuales aprendió la importancia de la oración.

En 1920, la familia Morosoff se vio obligada a huir de Rusia, en busca de refugio en el extranjero: Eugenia tenía sólo nueve años. Durante la huida hacia Polonia perdió a toda su familia: su padre fue capturado por los bolcheviques y fusilado en Tula; su madre, presa de una enfermedad repentina, murió durante el viaje. El golpe más duro para ella, sin embargo, fue la muerte de su hermanito Iván, de cinco años, agotado probablemente por el hambre y la huida. Había quedado sola en el mundo, en un país extranjero, y no contaba con nadie más. Eugenia enfermó gravemente y fue ingresada en el hospital con unas fiebres altísimas. Una vez dada de alta del hospital, fue llevada a un orfanato en Sulejuwek, en las afueras de Varsovia, para su convalescencia, donde los niños vivían en barracas y dormían sobre unas tablas desnudas con sólo una manta por abrigo. Allí permaneció por cerca de dos años.

En mayo de 1922, Eugenia fue trasladada a Jodoigne (Bélgica), a una escuela-colonia para niños huérfanos rusos organizada por la Reina de Bélgica. Los administradores y los maestros de la escuela eran todos rusos, todas las clases se impartían en ruso, razón por la cual no olvidó su lengua materna. Aquí permaneció hasta el 5 de septiembre de 1924. La Reina de Bélgica cuidaba personalmente de su educación y a menudo iba a visitarlos. A partir de entonces, hasta los 19 años, las niñas fueron recibidas en el Instituto San José en Verviers, en un hogar para jóvenes de las Hijas de la Caridad. El 29 de junio de 1927, con otros niños hizo su paso de la ortodoxia al catolicismo, con el permiso, por decreto del mismísimo Sumo Pontífice, para mantener el rito bizantino.

El 7 de diciembre de 1930, en la víspera de la festividad de la Inmaculada Concepción, Eugenia entró en la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paula en Bélgica. Al estar sola en el mundo, las Hijas de la Caridad se habían convertido en su familia en todo sentido. El 8 de marzo de 1932 fue destinada al Hospital Civil de Nivelles, donde emitió sus votos el 16 de marzo 1936, tomando por nombre de profesión, Cecilia. Trabajó en varios departamentos del hospital de Nivelles hasta septiembre de 1957 como enfermera profesional.

La Madre Ekaterina a menudo rememoraba los episodios de su vida como enfermera, realizada con tanto amor y dedicación, y de las vicisitudes de muchos pacientes ella recordaba incluso los detalles. Ella contaba: "Por la mañana nos despertábamos a las 4, y si estábamos de turno noche en el hospital, trabajábamos un día y una noche seguidas. Una vez, habiendo terminado el turno noche, estaba tan cansada que cuando me arrodillé en el suelo para recitar la oración, me caí hacia adelante y la superiora me encontró dormida, con la nariz pegada al suelo".

Ella tenía una relación especial con los niños. Una vez una niña muy pequeña fue a verla al convento, pero no era horario de visitas. Cuando la madre superiora se rehusó a llamar a la Hna. Cecilia, la niñita se arrodilló ante una imagen de San Vicente, pensando que era San José, y rogaba: "San José, haz que yo pueda saludar a la Hna. Cecilia". Al ver esto, la superiora se conmovió, y la llamó. 

Cuando la Sagrada Congregación para las Iglesias Orientales quiso fundar en Roma el monasterio de la Dormición de María, siguiendo el deseo del Santo Padre Pío XII, se comenzó a buscar y a visitar a algunas religiosas de origen ruso que se encontraban en monasterios y congregaciones de rito latino. El Cardenal Tisserant, gran conocedor de Oriente y entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para las Iglesias Orientales, quería un monasterio de rito bizantino en el que se viviese de acuerdo a las costumbres y tradiciones de los monasterios ortodoxos para orar por la entonces difícil situación de la Iglesia en Rusia bajo el yugo comunista, y para rezar por la unidad de la Iglesia, sobre todo con nuestros hermanos ortodoxos. Con esto, se pensaba darles a las monjas rusas la oportunidad de vivir una vida monástica más adaptada a sus orígenes y su mentalidad. 

A principios de 1956, se hizo venir a cinco de ellas desde Bélgica, Alemania, Francia, a Roma, donde se reunieron con algunos clérigos deseosos de la nueva fundación, que expusieron el proyecto del monasterio. Este tiempo les sirvió para conocerse y reflexionar sobre su propuesta de una nueva vida monástica oriental. Fue adaptada para monasterio una casa de campo en una propiedad comprada para ese fin por el Cardenal Tisserant en Via della Pisana 342. Después de esta experiencia, las hermanas regresaron a sus monasterios para volver luego definitivamente a Roma el año siguiente.

Sor Cecilia llegó a Roma desde Bélgica a principios de octubre de 1957. El 7 de octubre, se celebró la primera Divina Liturgia en el Pontificio Colegio Russicum en la capilla de Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de Rusia. Ella amaba la vida de consagración con las Hijas de la Caridad y le costó mucho tener que dejarla para venir a fundar el monasterio en Roma. De su parte fue un acto puro de obediencia a la Iglesia y a los superiores, pero una vez realizado, nunca se volvió para mirar atrás y enfrentó todas las dificultades repitiendo su "fiat" todos los días, a la vez que mantenía un vínculo estrecho con las Hijas de la la caridad, que siempre y en todos los sentidos han ayudado al monasterio, especialmente durante los difíciles años de su nacimiento.

El 14 de diciembre de 1957, cuando las instalaciones estaban preparadas para recibirlas, las monjas se dieron cita en el monasterio Uspensky, y 15 de diciembre de 1957 se celebró la primera liturgia. El 16 de marzo de 1958, junto con otras tres hermanas, hizo su consagración como rasofóra (votos temporales) y el 8 de septiembre de 1959, la consagración del pequeño hábito (votos perpetuos) tomando el nombre de Ekaterina. Fue superiora de la pequeña comunidad desde 1959, y más tarde fue elegida de por vida.
Siempre ayudaba a las hermanas iconógrafas Irene y Cristina a escribir iconos, incluso también ella escribió algunos. Cosía ornamentos, confeccionaba mitras, especialmente para el rito bizantino. En la comunidad siempre se ocupó de la sacristía, de la preparación del pan eucarístico (prósforas), del jardín, de la limpieza y del gallinero. En el silencio de su celda elaboró muchos chotki (rosarios de lana anudada), sobre todo, cuando, entrada en años, tenía dificultades para moverse y ya no podía ocuparse de otras cosas.

Cantaba muy bien y en la iglesia hacía la segunda voz, aunque forzadamente ya que su voz era la de soprano. Tenía una gran pasión por las cuestiones literarias y sobre todo por el idioma ruso: a menudo consultaba el diccionario para encontrar la palabra correcta o aprender sus matices.

El 8 de diciembre de 1981, Su Excelencia Monseñor Miroslav Stefan Marusyn, Secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales, durante una celebración en la iglesia del Russicum le impartió la bendición de Higúmena (abadesa), entregándole la cruz pectoral. La falta de vocaciones para el monasterio la afligía, aunque rara vez hablaba de eso. El gran mérito de la Madre Ekaterina ha sido el de ser capaz de mantener unida a una comunidad ciertamente no fácil, con hermanas que habían sufrido mucho, con profundas heridas en el alma y provenientes de experiencias de vida y de comunidades religiosas diferentes.


A lo largo de su vida, rezó y ofreció muchísimo. Cuando ya era anciana y tenía serias dificultades de movilidad (además por una dislocación congénita de la cadera), entraba en el santuario detrás del iconostasio y permanecía allí durante horas orando por las muchas intenciones confiadas a ella. Cuando tenía muy pocas fuerzas siquiera para orar, se la veía a menudo tomar en sus manos su cruz pectoral de Higúmena, o la de su rosario, y besar las cinco llagas del crucifijo en silencio, pero con una ternura que conmovía. En el cuello, oculto bajo el velo, siempre llevaba un grueso rosario, porque, decía: "Así, cuando estoy en compañía de alguien, puedo seguir orando." Las privaciones sufridas desde edad temprana fueron la causa de muchos dolores, especialmente de los huesos, que soportó con gran espíritu de sacrificio. Para quien la ayudara por su inmovilidad, siempre se mostraba agradecida, dando a cambio una gran sonrisa. En los momentos en los que tenía menos dolores, bromeaba, contaba anécdotas, cantaba canciones rusas y recitaba poesías y oraciones aprendidas cuando niña. Le pesaba ser una carga para los demás y decía que quería morir por no dar tanto trabajo y preocupaciones.
En su funeral, los presentes decían que se respiraba mucha esperanza: nada había de oscuro ni de oprimente, tal como era ella, siempre alegre, serena, que jamás se desalentaba y que ponía toda su preocupación en Dios. Falleció el 18 de mayo, que este año (2010 n. d. ed.) ocurrió entre la Ascensión y Pentecostés, y de manera significativa la Iglesia Católica y ortodoxa celebraron la Pascua el mismo día. 

La tradición oriental dice que cuando alguien parte de este mundo entre Pascua y Pentecostés, encuentra las puertas del Paraíso  abiertas. El día de su funeral, el 20 de mayo por la tarde, se realizó en la sala Nervi un concierto ofrecido por el Patriarca de Moscú con orquesta y coro sinodal ruso, en presencia del Santo Padre y Metropolita Hilarión como parte de las "Jornadas de la cultura y de espiritualidad rusa en el Vaticano".

El domingo después de Pentecostés en el rito bizantino se celebra la fiesta de Todos los Santos, y el que le sigue, la festividad de todos los santos rusos en especial. Pensamos a nuestra Madre en la liturgia celestial sin fin, junto con los santos y tantos mártires rusos del siglo XX, con su familia, sus hermanas con las que compartió la consagración total a Dios, en primer lugar entre las Hijas de la Caridad y luego en el monasterio.

En el tropario de la solemnidad de la Dormición de María se canta: "En tu dormición no has abandonado al mundo, porque eres la Madre de Dios." Queremos creer que la Madre Ekaterina, durante tantos años madre amorosa y solícita de la comunidad de la Dormición de María, seguirá las huellas de la Madre de Dios, y que tampoco ella desde el cielo va a abandonar a ninguno de los que pidan su auxilio.
 Quiero dar gracias a todos los que de diversas maneras nos han mostrado su cercanía y amistad, les deseo un Adviento sereno y una Santa Navidad con el recíproco recuerdo en la oración mutua, Sor Elena Maria.

Roma , 21 de noviembre de 2010, la Fiesta de la entrada al templo de la Ssma . Madre de Dios


Para las ofrendas o intenciones:

Banca Intesa San Paolo, Roma rama 06 (00445) a nombre de Monasterio ruso Uspensky

IBAN: IT74 I030 6903 2061 0000 0011 513 BIC: BCITITMM

Oración de la Madre Ekaterina

El Señor ha establecido su reinado, vestido de esplendor

Sal 92,1


¡Dios, Jesús, es obra tuya el adornarme, soy tuya para siempre!

En cumplimiento de mi servicio a la comunidad,

dame todo lo que necesito tanto a mí como a las hermanas que me has confiado.

Tú lo sabes, hazme fuerte,

Obra en mí aquello que debo cumplir por ti.

Oh Señor, dame las palabras de tu amor,

haz me olvide de todo lo que destruye el amor,

y para seguir amando, Señor, como Tú me amas .

Hazme comprender, Señor, tu amor,

en mí tu amor se manifiesta sin límites.

¡Soy tuya, hágase tu voluntad!

Santísima Madre de Dios, Tú eres mi Madre,

Tómame entre tus brazos, y custódiame.



 Nota original publicada en: http://www.dormizione.it/?p=1
(Traducida del italiano por Hieromonje Diego Flamini, del Monasterio de la Transfiguración de Cristo, Pigüé, Argentina.)


1 comentario:

E.R. dijo...

Preciosa historia!!! No sabía que la existencia de este monasterio.

Yo soy de un país de Este, pero vivo en España.
Y me gusta saber más sobre el rito Byzantino, ya que yo soy ortodoxa.