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viernes, 3 de septiembre de 2010

Dimitru Staniloae: TERNURA Y SANTIDAD. Parte II: Los santos siempre confortan



San Máximo el Confesor
dice que los santos han llegado a la simple y pura sencillez porque han superado en sí mismos toda dualidad, toda duplicidad. Han superado la lucha entre alma y cuerpo, entre las buenas intenciones y las obras que en realidad se hacen, entre las apariencias engañosas y los pensamientos ocultos, entre lo que se pretende ser  y lo que en realidad se es.

Se han simplificado porque se han entregado totalmente a Dios. Ésta es la razón por la que pueden darse enteramente a los hombres. Si en sus relaciones con los demás a veces evitan hablar de las faltas por su nombre, lo hacen para no descorazonarles y también para que en ellos aumente el pudor, la delicadeza, el discernimiento, la sencillez y la sinceridad.

Los santos siempre confortan. Por eso a veces reducen las proporciones exageradas con que las personas imaginan la talla de su defectos, sus pecados y sus pasiones. Les alzan de la desesperación o de la impotencia total en la que se sienten sumidas, pero también reducen el orgullo de los demás haciendo uso de un delicado humor. Sonríen, pero no lo hacen sarcásticamente ni explotan en carcajadas. Se muestran serios ante actos inmorales o pasiones condenables, pero no atemorizan.

Dan un valor infinito a los más humildes, porque el Hijo de Dios, al hacerse carne, dio este infinito valor a todo ser humano. Como dicen en sus textos algunos Padres espirituales, ven a Cristo en cada hombre. No obstante, rebajan el orgullo de los demás mostrándose como ejemplos de humildad. De este modo restablecen continuamente la igualdad natural entre todos.

Por su humildad, el santo pasa totalmente desapercibido, pero se hace presente cuando se necesita su apoyo, consuelo o ánimo, y está cerca de quien todos abandonan. Para él no existe ninguna dificultad insuperable ni ningún obstáculo invencible, cuando se trata de sacar a alguien de una situación desesperada. En esas ocasiones muestra una fuerza y una habilidad sorprendentes, junto a una calma y una confianza inquebrantables, porque cree firmemente en el auxilio de Dios, al que pide constantemente y ora.

Es el ser más humano y el más humilde, pero al mismo tiempo es una persona excepcional y sorprendente. Suscita en los demás el sentimiento de haber descubierto en él y en los otros a través de él, lo que es verdadera humanidad.

Ésta humanidad estaba de tal manera recubierta por lo artificial, por la voluntad de parecer en lugar de ser, que cuando se descubre sorprende como si fuera algo que no es natural. El santo es el más afable de los hombres y al mismo tiempo impone sin querer. Es el que más llama la atención y el que más respeto infunde. Se convierte en un íntimo para todos y cada uno, es el que mejor comprende, con quién se está a gusto, pero al mismo tiempo quien nos hace sentir incómodos porque nos hace ver las carencias morales y los pecados que no queremos reconocer.

Nos colma con la sencilla grandeza de su pureza y con la calidez de su bondad y su atención, pero nos causa vergüenza cuando vemos nuestro nivel moral tan bajo, por haber desfigurado la humanidad, ser impuros, artificiales, tan llenos de dobleces y de mezquindad. Todo eso adquiere un relieve tremendo desde la comparación que involuntariamente establecemos entre él y nosotros mismos.

El santo no domina a la manera terrena; no da órdenes con severidad. Tampoco nosotros le criticamos, ni sentimos nacer en nuestro corazón oposición alguna contra él, porque el santo nos hace concreta la persona de Cristo, a la vez tierno y poderoso, y por eso no nos escondemos de él ni esquivamos su rostro, aunque quizá prefiriéramos uno que nos diera órdenes con severidad, porque en él sentimos una firmeza irreductible, una total identificación de su persona con el bien, aunque esta firmeza en las convicciones, en la vida, en las opiniones y en los consejos, sea una firmeza sin crispación.

Por eso, las opiniones y consejos que expresan con ternura sobre lo que debemos hacer, por su carácter paradójico, se convierten en órdenes más imperiosas que cualquier precepto terreno, órdenes por las que se es capaz de hacer cualquier esfuerzo y sacrificio con tal de cumplirlas; porque la ternura del santo es a la vez firmeza y bondad. Ambas emanan de Dios y dejan trasparentar la bondad divina que, con una autoridad absoluta, se impone en la dulzura.



Extraído de "Oración de Jesús y Experiencia del Espíritu Santo", Dimitru Staniloae, Ed.Narcea.


3 comentarios:

eligelavida dijo...

Hola; es la primera vez que paso por este blog y lo encuentro muy interesante. Os he conocido a través de Blogueros con el Papa. Otro día pasaré con más tiempo para leer estas reflexiones. De momento, os hago un enlace en mi blog. Un saludo!

Hermana Raquel dijo...

Ok, gracias! Voy a visitar tu blog:
http://eligelavidanet.blogspot.com/
Saludos! Dios te bendiga!

Miserere mei Domine dijo...

Una citas maestras en las que conviene reflexionar. La santidad es un camino en que todos tenemos parte. El camino es duro y áspero... pero a cada paso encontramos la belleza que es Dios.

Gracias Raquel :)