
Los padres evocaron con frecuencia la "paciencia de Job"; Dostoiesvky y Berdiaev, evocaron también la rebelión, no en el vacío sino en una especie de fe. Job rechaza las amables teodiceas de los teólogos de salón, pero sabe que Alguien le busca a través de la experiencia misma del mal.
El poeta tiene razón:
"Cada átomo de silencio
es una oportunidad
de un fruto maduro".
Y todo culmina en el "amor" que es la síntesis de todas las "virtudes", cuya esencia es Cristo. Liberarse por medio de la paciencia y de la esperanza, de las "pasiones" impacientes y desesperadas, permite adquirir poco a poco la apatheia, que no es la impasibilidad estoica, sino la libertad interior y la participación del "amor loco" de Dios en sus criaturas.
Simeón el Nuevo Teólogo decía del hombre que se santifica que se convierte en "un pobre lleno de amor fraterno". Pobre, porque se desprende de sus papeles, de su importancia social (o eclesiástica), de sus personajes neuróticos, porque se abre simultaneamente a Dios y a los demás, sin separar oración y servicio. Entonces es cuando puede discernir la persona del prójimo, bajo las máscaras de fealdad y pecado, como lo hace Jesús en los evangelios, y así pacificar a quienes se odian y quisieran destruir el mundo.
La escena del juicio en el capítulo 25 de San Mateo, muestra que el ejercicio del amor activo -alimentar, acoger, vestir, albergar, curar, poner en libertad- no tiene necesidad alguna de hacer ondear la bandera de Dios, pues el hombre es para el hombre un sacramento de Cristo, "hombre-máximo". Un sacramento secreto y concreto.
Abba Antonio añade: "La vida y la muerte dependen de nuestro prójimo. En efecto, si nos ganamos a nuestro hermano, nos ganamos a Dios. Pero si escandalizamos a nuestro hermano, pecamos contra Cristo".
Isaac el Sirio decía: "Hermano, esto es lo que te mando: Que el peso de la compasión incline en ti la balanza hasta que experimentes en tu corazón la misma compasión que Dios siente por el mundo".
Señor Rey, concédeme poder ver mis pecados y no juzgar a mi hermano, porque tú eres bendito por los siglos de los siglos, amén.
La última petición, denuncia y desenmascara una de las formas horribles del pecado, en el plano personal y en el colectivo: justificarse condenando , odiar, despreciar, descalificar con la buena conciencia del justo.

"Ver los propios pecados" no quiere decir contabilizar transgresiones sino sentirse asfixiado, ahogado, perdido y gesticular en vano por esa pérdida, traicionar al amor, burlándose de tanto como se desprecia. Es asfixiarse en las aguas de la muerte para que se conviertan en bautismales. Morir en Cristo para renacer con su aliento y hacer pie en la casa del Padre. "Vale más ver los propios pecados que resucitar a los muertos" dice un viejo adagio. Porque ver los propios pecados significa pasar por la más dura de las muertes, mientras que después del renacer "bautismal", la vida se multiplica sin que nos demos cuenta, porque nos convertimos en "pacificadores" de la existencia. Aunque sea preciso "verter la sangre del corazón", como decía el starets Silvano del Monte Athos, para zarandear ciertas negaciones, resquebrajar la piedra de algunos corazones y poder implorar la salvación universal.
Quien ve los propios pecados y no juzga a su hermano llega a ser capaz de amar de verdad. El hombre hecho a imagen de Dios, es secreto y amor, pero ese amor puede convertirse en odio. Respeto el secreto, no espero nada a cambio. Obtener el amor, es pura gracia.
Entonces hay que bendecir, intentando ser no un hombre de posesión -que posee y que es poseído-, sino alguien que hace el bien. Reciprocidad de la bendición es bendecir sin límites a Dios que nos bendice, bendecirlo todo en su luz, sin olvidar que la bendición, para que no se quede en "palabras vanas", ha de ir acompañada de buenas obras. Hay que hacer operante la bendición recibida en el fondo de uno mismo, someterse para siempre para que pueda crecer, para que se convierta en bendición.
La oración de San Efrén sugiere de manera clara lo que es la ascesis: ayunar, pero no tan sólo de alimento corporal, sino también de lo que embota el alma, para que no vivamos solamente de pan (de imágenes, de ruido, de excitaciones) sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Ayunar de las pasiones, del deseo de dominar y de condenar para alcanzar la libertad de la que nos habla San Juan Clímaco: "Sé rey en tu corazón, reina en las alturas de la humildad, diciendo a la risa: ven, y que venga; a las dulces lágrimas: venid y que vengan, y al cuerpo, servidor en lugar de tirano: haz esto, y que lo haga".
Notas:
Extraído de "Unidos en la oración". Olivier Clément. Ed. Narcea.
2 comentarios:
La felicito por los articulos¡ Bendiciones¡
Muchas gracias! Gracias por tu comentario. Te deseo una Feliz y Santa Pascua de Resurrección. Dios te bendiga.
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