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sábado, 28 de agosto de 2010

La Dormición de la Madre de Dios es la Pascua de la Virgen


Dormición de la Virgen, Rusia Novgorod
Magalí, una niña de seis años, me miró con sus ojitos de día lindo y me pidió: ¡contame cómo es que María se fue al Cielo! Era imposible no responder a tanta solicitud y tanto entusiasmo, que con una avidez precisa buscaba una respuesta inmediata…”La Madre de Dios extrañaba mucho a su Hijo Jesús que ya estaba resucitado en el Cielo. Él la vino a buscar porque también la extrañaba mucho. Y como quería darle un abrazo…se llevó su alma y, además, su cuerpo…para que ella estuviera resucitada con Él” le dije….”¿y que es ‘resucitada’? “…es estar como vos y como yo ahora…pero llena, llena de luz, para nunca más morir.” Su curiosidad parecía estar medianamente saciada y yo, salido del apuro, razonablemente conforme. Pero me quedé absorto en este misterio de Amor y Ternura divina, que asombra más allá de toda explicación.

De acuerdo al relato tradicional, la Madre de Dios recibió la visita del Arcángel Gabriel, que le anunció que Jesús estaba pronto a buscarla…Ella eligió – sigue el relato- ser en todo como su Hijo, y decidió gustar la muerte es decir la separación del cuerpo y del alma. Muerte en el sentido teológico es la consecuencia del pecado de Adán. Muerte –decimos- es la de Cristo porque aceptó la Muerte de Cruz para salvar a los pecadores: “Él se hizo pecado por nosotros” dice S. Pablo. Pero en Oriente llamamos dormición, al fallecimiento de los santos, porque se duermen en el Señor. Dormición por excelencia es la de la Virgen, ya que al estar exenta de la mancha original y al abstenerse de todo pecado y sombra de pecado, su partida había de ser conforme al plan original de Dios.


“Oh Apóstoles reunidos desde los confines aquí, en la villa de Getsemaní, tomad a vuestro cuidado mi cuerpo. Y Tú, Hijo mío y Dios mío, recibe mi espíritu”.

                                                                                             Exapostilario de la Fiesta

Por eso, ella fue resucitada en cuerpo y alma y así llevada al Cielo, para ocupar su puesto de pie, a la diestra del Rey de la Gloria (Sal. 42, 10).

Contemplando el santo ícono de la Fiesta de la Dormición de la Madre de Dios, me puse junto a las personas en él representadas, queriendo vivir ese momento glorioso: Los Apóstoles venidos de todos los rincones del mundo están llenos de una congoja admirada, los Ángeles que alaban expectantes, el Señor transido de ternura que baja glorioso hasta la Nutridora de su Corazón, la Corrupción que es echada a un lado…


“La muerte y el sepulcro no prevalecieron contra la Madre de Dios, que es infatigable en su oración y, con sus ruegos, esperanza infalible. Como era la Madre de la Vida, la trasladó a la Vida Aquel que habitó en su seno siempre virgen”.
                                                                                                                   Kondakio, tono 2º

…y fui regalado por el Señor con una esperanza infalible en la Resurrección futura de la que habremos de gozar en su Venida Gloriosa, y pude comprender que esta celebración es ante todo la Fiesta de la Esperanza, la esperanza de gozar junto al Señor que es Tierno y Compasivo, la esperanza en que toda lágrima al ser enjugada por Su mano, y todo dolor, darán paso al gozo.

Aquel día no le haremos más preguntas.

¡Señor, danos el arrepentimiento de los pecados, sálvanos y llévanos a tu Reino!

  



(Hieromonje Diego Flamini)



 


Fiesta de la Dormición de la Santísima Madre de Dios



Hoy 28 de agosto (15 de agosto según el calendario juliano) se festeja la Santa Asunción de la Santísima Madre de Dios, nuestra querida Madre, en el Oriente Cristiano le decimos: "LA DORMICIÓN DE LA VIRGEN", y es la misma fiesta.
Esta festividad se remonta a muchos siglos, pues estaba extendida a todo el Imperio Bizantino en el siglo VI, y celebra un misterio que es fundamental en la vida del cristiano. 

Nosotros sabemos que Cristo después de morir en la Cruz, venció a la muerte resucitando. Cristo sufrió por nosotros, pero resucitó para nosotros por el poder del Padre. Él es Verdadero Dios y Verdadero Hombre, y nosotros esperamos en esa potencia, en esa fuerza que Él va a derramar sobre nosotros. Él nos prometió que nos va a rescatar de la muerte. Todos los seres humanos tenemos un miedo natural a la muerte, pero eso es porque Dios nos hizo para la vida: Dios nos sacó de la nada, nos creó en el seno de nuestra madre, y hace que también recibamos los dones de la Salvación, nos da la Gracia Santificante, nos hace nacer por el Bautismo...pero qué cosa más hermosa, qué esperanza tan grande es el poder estar con Dios para siempre, no solamente con alma, sino al final de los tiempos, también con el cuerpo, cuando nuestro Señor vuelva tal como Él prometió , y nos resucite. ¡Qué hermoso! Estar en cuerpo y alma resucitados después del juicio final, para siempre en una eternidad que no tenga ninguna clase de límites, en la cual nos encontremos plenos con Dios para siempre. Esa plenitud de cuerpo y alma resucitados, que con la ayuda de Dios vamos a tener al final de los tiempos, la Madre de Dios lo tuvo desde el mismo momento de su partida de este mundo. Es algo tan estupendo para nosotros, el que nuestra fe no solamente nos muestre cosas maravillosas, grandes, prodigiosas que nos asombran, sino que esas mismas cosas Dios nos las ofrece a cada uno de nosotros. 

Cristo venció a la muerte y al pecado, y él nos da el perdón de los pecados y la vida de la Gracia. Éstas son las cosas fundamentales, las que creemos con fervor, esperamos con un ansia que no admite demoras, y amamos con amor Divino.

Cuando la Madre de Dios llegaba al final de su vida, fue llevada en cuerpo y alma al Cielo una vez que hubo vivido lo mismo que su Hijo. La fe católica nos enseña que es dogma de fe que nuestra Madre está en los Cielos en cuerpo y alma, pero aún no esta definido de fe si ella pasó o no por la muerte. Hay una antigua y piadosa tradición que dice que Ella quiso pasar por la muerte para ser en todo igual a su Hijo. María sigue las huellas de su Dios e Hijo. Ella es la corredentora porque acompañó con todo su ser en todo momento al Redentor, Jesucristo.

Ella lo crió en Nazareth, también lo acompañó cuando él estaba con sus discípulos. Ella fue la que estaba al pie de la Cruz. Ella fue la que estaba en el Cenáculo cuando vino el Espíritu Santo, la Madre de la Vida, la Madre de la Iglesia. Ella es la que Jesús nos dio al pie de la Cruz, dice el evangelio de San Juan. Solamente aparece en ese evangelio que cuando estaba Jesús en sus últimos momentos en la Cruz, entregó a Juan a María y entregó a María a Juan. María fue a vivir a la casa de Juan, también en eso vemos, que ya en un principio la Madre de Dios fue entregada por Dios a nosotros como Madre nuestra.

Ella es Madre de la Gracia no porque haya hecho algo semejante a Jesús. Ella no murió por nuestros pecados, Ella no nos consiguió la Gracia de la Salvación con su sangre, pero sí engendra en nosotros a Cristo, sí acompaña nuestros pasos como hijos de Dios: cada día más cerca de Cristo en cuanto vamos avanzando en la vida de la Gracia, dejando atrás nuestros pecados y abrazando la vida de los mandamientos de Dios, los mandamientos del amor.

Tropario de la Dormición de la Madre de Dios, tono 1º

 La muerte y el sepulcro no prevalecieron* contra la Madre de Dios,* que es infatigable en su oración,* y con sus ruegos esperanza infalible.* Como ella era la Madre de la Vida,* la trasladó a la Vida* el que habitó en su seno siempre virgen.
 
Otros textos de la fiesta

LLena de gozo mi corazón, Oh Pura, dándome tu límpida alegría, tú que diste a luz al Autor del gozo. Líbranos de los peligros, Oh Pura Madre de Dios. 

Disipa la niebla de mis pecados, Divino Esposa, con el resplandor de tu gloria, tú que engendraste a la Divina y Eterna Luz.




(Hieromonje Diego) 

jueves, 19 de agosto de 2010

Fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo en el Monte Tabor



Hoy 6 de agosto según el calendario juliano (19 de agosto según el calendario gregoriano), se celebra una de las grandes fiestas del oriente cristiano: La Tranfiguración del Señor.
Esta fiesta no es solo una conmemoración de un evento pasado, sino una verdadera actualización de todo el misterio de Cristo, del que cada uno se ha convertido en portador y partícipe gracias a la Santa Comunión.

El aspecto fulgurante del Hijo de Dios ilumina cada 6 de agosto el rostro de la Iglesia y de cada uno de los creyentes que suben con Pedro, Santiago y Juan a la cima de la Santa Montaña, el Monte Tabor. Así como el Señor eligió "en particular" (Mt 17,1), a sus discípulos para subir a la montaña a orar (Lc 9,28), así los monjes, renunciando al mundo, viven en "hesiquia" y "oración", viviendo ya aquí y ahora, en la luz de la Transifiguración. Así la Transfiguración del Señor es modelo de nuestra propia deificación, es la fiesta por excelencia del monaquismo. Al ocultarse el sol, el monje desciende con Jesús, revestido de Jesús, alimentado del Pan Divino y de la incesante memoria de su Nombre, para continuar su camino hacia la Jerusalén Celeste en su propia celda, ya sea el monasterio, ya sea la skita, debe estar en su puesto, el lugar de su crucifixión y de su sepultura. El único lugar donde puede vivir el cielo sobre la tierra, pues cada monasterio es en sí mismo la nueva Jerusalén "que desciende del cielo, de junto a la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11). Como en la ciudad esjatológica de Dios nada existe impuro: "No entrará nada impuro" (Ap 21,27), nada mundano o carnal, todas las cosas tienen una realidad natural, pero están llenas de energías divinas y transmiten a Dios. Los monjes que han renunciado al mundo y a la realidad mundana, crucificados al mundo como el mundo está crucificado para ellos (Gal 6,14), no viven como esclavos de la fatalidad o de la necesidad, sino como hijos libres del Altísimo, como "hijos de la luz" (Jn 12,36), "hijos luminosos de la Iglesia", cuya "patria está en el cielo" (Fil 3,20). Viven una Divina Liturgia ininterrumpida, una "transfiguración" cotidiana del  mundo, de la materia, del tiempo, del espacio, del movimiento, de la acción humana y de la sociedad.


LA FESTIVIDAD DE LA TRANSFIGURACIÓN (*)


La fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo ya se celebraba en el siglo IV, según nos consta por San Efrén el Sirio y San Juan Crisóstomo. Es posible que estuviera en relación con la inauguración de una  basílica de la Transfiguración sobre el Monte Tabor. En el calendario romano se introdujo en el 1457, en tiempos de Calixto III, aunque ya existían celebraciones medievales en Galicia y España.

En las vísperas de la liturgia bizantina se subraya la importancia de la fiesta en la que se resalta la belleza primordial de todo lo creado.

"Hoy, en la divina Transfiguración, la entera naturaleza humana brilla con el divino esplendor y exclama con alegría: El Señor se transfigura salvando a todos los hombres"

El tropario final de la fiesta, asi como el kondakio que se repiten hasta el 13 de agosto, dicen asi:

"Dios Cristo que te has transfigurado sobre el monte mostrando a tus discípulos tu gloria en la medida de lo posible. Haz resplandecer también sobre nosotros pecadores tu luz eterna, por las oraciones de la Madre de Dios, Gloria a Tí, dador de luz".

"Dios Cristo, sobre el monte te has transfigurado y tus discípulos, en la medida en que podían, han visto tu gloria, a fin de que los que te iban a ver crucificado, entiendan que tu pasión era voluntaria y prediquen al mundo entero que tú eres verdaderamente el esplendor del Padre".

El texto de Vísperas dice:

"Antes de tu crucifixión, Señor, el monte se convirtió en el cielo y una nube se extendió sobre ti como una tienda, mientras te transfigurabas y el Padre daba testimonio de ti. Entonces estaban presente Pedro, Santiago y Juan, los mismos que estuvieron contigo en el momento de la traición, para que, habiendo visto tus maravillas, no se turbasen con tus sufrimientos. Concédenos adorarte en paz por tu gran misericordia".

Algunos himnos litúrgicos atraen la atención de los fieles hacia la "metamorfosis" de Cristo "esplendor" del Padre; el anuncio de la resurrección de Jesús es también la nuestra; la divinización de la naturaleza humana, oscurecida en Adán, aparece ahora iluminada.

"Luz inmutable de la luz del Padre no engendrado. Verbo, en la luz brillante hoy hemos visto sobre el Tabor la luz del Padre y del Espíritu que ilumina a toda criatura".

"Venid, vayamos al monte del Señor, a la casa de nuestro Dios, y veremos la gloria de la Transfiguración, gloria del Unigénito del Padre; en la luz recibiremos la luz y elevados por el Espíritu, cantaremos por los siglos la Trinidad consustancial".

"Cristo, revestido totalmente de Adán. Has iluminado la naturaleza oscurecida durante un tiempo y con la metamorfosis de tu aspecto la has divinizado".

La invitación a la oración de San Juan Damasceno, siglo VIII, permanece en la oda novena:

"Venid pueblos, seguidme. Vayamos al monte santo junto al cielo, permanezcamos en la ciudad del Dios vivo y contemplemos la inmaterial divinidad del Padre y del Espíritu que resplandece en el Hijo único".

"Oh Cristo que me has atraído y transformado con tu divino amor, limpia mis pecados en el fuego inmaterial y lléname de sus delicias, para que, exultante de alegría, engrandezca, Dios de bondad, tus dos venidas".



(*) De "Luz en la Noche" (Emilianos de Simonos Petras, Ed. Narcea) 

domingo, 15 de agosto de 2010

Dimitru Staniloae: TERNURA Y SANTIDAD. Parte I: La ternura del comportamiento de los santos se inspira en la kenosis de Cristo


La humanidad se renueva y se salva en la figura de un santo, por su disponibilidad en las relaciones, por su extrema atención a los demás y por la prontitud con la que se entrega a Cristo. 
¿Cómo se manifiesta concretamente esta humanidad renovada? En la relación del santo con cada ser humano se deja ver un comportamiento marcado por la delicadeza, la transparencia y la pureza, tanto de pensamiento como de sentimientos. Su delicadeza se extiende incluso hacia los animales y las cosas, porque el santo ve en todas las criaturas un don del amor de Dios y no desea dañar este amor tratando esos dones con negligencia o indiferencia. Respeta a cada persona y a cada cosa. Si una persona o un animal sufren, experimenta una profunda compasión por ellos.

San Isaac el Sirio dice de la compasión del santo:

"¿Qué es un alma, un corazón lleno de compasión?. Es un corazón que arde por cada criatura: por las personas, por los pájaros, por los animales, por las serpientes, por los demonios. Al verlos y recordarlos los santos derraman lágrimas. Esta compasión inmensa e intensa que desborda el corazón de los santos hace que sean incapaces de soportar la vista de la más pequeña herida, aunque sea insignificante, en una criatura. Así mismo, rezan siempre con lágrimas por los animales, por los enemigos de la verdad y por los que les hacen daño" (Sermón 81).

Cuando a San Calinico de Cernica le faltaba dinero para los pobres, se volvía a los que le rodeaban y les decía: "Dadme dinero para dárselo a los hermanos de Jesús".
Esta compasión nos hace descubrir un corazón tierno, extremadamente sensible, al que le es ajeno cualquier tipo de dureza, indiferencia y brutalidad. Nos muestra que la dureza la produce el pecado y las pasiones. En el comportamiento del santo y en sus pensamientos no hay vulgaridad, ni bajeza, ni mezquidad, ni un solo rasgo de afectación. Todo es sinceridad. En él hallan su culmen la ternura, la sensibilidad y la transparencia, que se alían con la pureza, con la generosa atención a los demás, y con esa disponibilidad por la que, con todo su ser, vive con ellos sus penas y sus sufrimientos. Todas éstas cualidades manifiestan una eminente realización de lo humano.

En efecto, en esta forma superior de ternura hay una distinción y una nobleza llenas de amor que dejan muy atrás la distinción y la nobleza habituales, distantes y formalistas. Esta ternura no evita el contacto con los hombres más humildes ni huye ante situaciones en las que otros podrían hacerlo. El modelo de esta ternura es la kenosis de Cristo, su condescendencia. Él no quiso alejarse de los pecadores ni de las mujeres, como hacen los que temen por su reputación. La kenosis de Cristo es la suprema ternura. Con ella nos demuestra su deseo de no apesadumbrar ni molestar a los humildes. 
Con la kenosis deseaba abrirse un camino hacia sus corazones. Deseaba hacerles renunciar a su brutalidad por la ternura, en lugar de hacerles persistir en una actitud de insensibilidad con la cual el inferior responde con su desprecio al superior que también le desprecia.
Cristo quiso que por su kenosis se derrumbara el muro de brutalidad y aspereza que recubre como una cáscara, para defenderla, la delicada esencia de la verdadera humanidad.

La ternura del comportamiento de los santos se inspira en la kenosis de Cristo. Son, al mismo tiempo, los precursores de ese nivel futuro en el que la ternura reinará en las relaciones humanas, ya que, insatisfecha la humanidad de la igualdad exterior que consigue alcanzar, se dirige hacia un nivel superior de relaciones recíprocas marcadas por la ternura.

 Gracias a que participan de una conciencia cuya sensibilidad se nutre y afina, precisamente, en esta sensibilidad del Dios hecho hombre para los hombres, los santos perciben en los demás los más escondidos estados de ánimo y evitan todo lo que les pueda causar cualquier contrariedad, sin dejar, no obstante, de ayudarles a triunfar sobre sus debilidades y a vencer sus dificultades.
 Al santo se le busca como confidente de los más íntimos secretos, porque es capaz de leer en los demás esas necesidades que apenas expresan y las cosas buenas que desean . Se apresura, entonces, a responder a esa petición y se entrega a ello con dedicación. Sin embargo, también distingue las impurezas, incluso aquellas que más habitualmente disimulan. Su compasión se vuelve entonces purificadora, por la dulce fuerza de su propia pureza y  por el sufrimiento que hacen nacer en él las malas intenciones o los deseos perversos de los demás. Ese sufrimiento se le queda dentro.

En cada una de esas situaciones, sabe cuál es el momento oportuno para hablar y lo que hay que decir; sabe también cuándo es mejor callar y qué conviene hacer. Podríamos como una especie de "diplomacia pastoral", este sutil discernimiento que tienen los santos, una prueba más de la nobleza de su distinción.

Del santo emana siempre un espíritu de generosidad, de abnegación, de atención y de participación que no se preocupa de sí mismo. Es un calor que calienta a los demás, les hace tomar fuerzas y les hace experimentar la alegría de no estar solos. El santo es un cordero inocente, siempre dispuesto a sacrificarse, a asumir el dolor de los demás, pero también un muro inquebrantable en el que todos se pueden apoyar. Cuando comparte los destinos ajenos, unas veces demuestra gran discreción, y otras, al contrario, gran efusión, pero siempre, no hace falta decirlo, su relación con los demás es totalmente desinteresada.

Por otra parte, no hay nadie más humilde que él, más libre de lo artificial, más lejano de la fanfarronería y de comportamiento más "natural", porque acepta y comprende todo lo que es verdaderamente humano, todas las situaciones modestas y a veces hasta ridículas de nuestra humanidad, que sólo es grande precisamente cuando no se vanagloria de su grandeza. Así, el santo crea inmediatamente entre él y los demás una atmósfera de familiaridad, de proximidad humana y de intimidad. Con ella humaniza sus relaciones con los demás y las hace auténticas, porque él mismo se ha vuelto profundamente humano y auténtico. Habla con dulzura, evitando llamar brutalmente por su nombre a las debilidades ajenas y crea las condiciones para una relación directa, franca y abierta de los demás con él. De esta manera les invita a confesar sinceramente sus flaquezas y pecados, y les da fuerza para vencerlos.



Extraído de "Oración de Jesús y Experiencia del Espíritu Santo", Dimitru Staniloae, Ed.Narcea.


domingo, 8 de agosto de 2010

Síntesis de la doctrina ascética del monacato primitivo

La doctrina ascética del monacato primitivo puede reducirse a tres puntos fundamentales: el combate espiritual, las armas para el mismo y los frutos de la victoria

1 ) El combate espiritual:  El rasgo que mejor caracteriza la espiritualidad de los primeros monjes es su concepción de la vida cristiana a base de un combate espiritual. Se diría que habían meditado profundamente, comprendido y gustado las palabras con que San Pablo exhortaba a los fieles de Éfeso: "Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo...Tomad la armadura de Dios...revestíos la coraza de la justicia...tomad el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del espíritu" (Ef 6, 11-17), o también la orden que daba a su discípulo Timoteo: "Combate los buenos combates de la fe" (1 Tim 6,12) y que habían sido la regla de su propia vida: "He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe" (2 Tim 4, 7).  En este sentido de lucha espiritual y de vigilancia, esencial al cristianismo, se había mantenido constantemente en la iglesia, y el eco del mismo se hallará en los Apotegmas (o sentencias) ya que se manifestó con una fuerza particular en la vida y la doctrina de los primeros monjes, que son como su encarnación viviente. Los enemigos contra los que combatían eran los vicios y los demonios.
    a - Los vicios:  de ordinario se hablaba de ocho vicios, como fuente y síntesis de todos los males. El principal mérito en la enumeración de estos ocho vicios, corresponde a Evagrio Póntico; Casiano y los otros tratadistas se limitan casi a seguir sus huellas. Con admirable penetración psicológica, llegó Evagrio a esta conclusión: los centenares de sugestiones, que conoce y enumera, se reducen, finalmente a los ocho célebres logismoi, que Casiano llamará los ocho vicios principales. He aquí su detalle, según Evagrio:

     "Ocho son en total los pensamientos genéricos que comprenden todos los pensamientos: el primero es el de la glotonería (gastrimargía); después viene el de la fornicación (porneía); el tercero es el de la avaricia (phylagyría); el cuarto, el de la tristeza (lypé); el quinto, el de la cólera (orgé); el sexto, el de la acedía (akedía); el séptimo, el de la vanagloria (xenodoxía); el octavo, el orgullo (hyperephanía)".
    Al mencionar en primer término las pasiones más corporales, Evagrio reconocía el origen somático de los dos vicios de la glotonería y la lujuria, que no son más que desviaciones de los dos instintos primordiales de la conservación de la persona y la conservación de la especie. Además, aunque no lo diga explícitamente, hemos de notar que reparte sus ocho logismoi según los dos grandes principios de las pasiones: los tres primeros pertenecen al apetito concupiscible (epithyanía), y los cinco últimos al apetito irascible (thymós). Podemos agregar que se consideraba a los dos últimos los más difíciles de desarraigar: la vanagloria y el orgullo, que es doble: el orgullo de la carne, propio de los principiantes, que lleva a la desobediencia, a la envidia y a la crítica; y el orgullo del espíritu, que ataca a los más avanzados para impedirles llegar a la perfección llevándoles a presumir de sus fuerzas y a despreciar la gracia.

    b - El demonio:  En el desierto se atribuía frecuentemente al demonio casi todas las desdichas y dificultades espirituales y, sin duda, había en ello no poco de exageración. Sin embargo, el demonio intervenía frecuentemente contra ellos, ya con simples tentaciones (acción sobre los sentidos internos), ya con obsesiones (acción sobre los sentidos externos), ya con ilusiones (representaciones sutiles del mal bajo apariencia de bien). Acá es donde intervenían los Ancianos, los más experimentados en la lucha, los que conocían bien las "costumbres" del demonio y enseñaban a los principiantes, a los jóvenes, la manera de prevenir sus ataques, de reconocerlos y resistirlos.

    2 ) Las armas:  Las principales con que contaban para triunfar en sus combates espirituales eran la oración, el trabajo y el ayuno:

    a - Las oración: Era su obligación fundamental ya que habían marchado al desierto y a  la soledad para entregarse al trato continuo con Dios. La oración estaba perfectamente regulada, para la mañana, mediodía y la tarde de cada día. Fuera de la sinaxis litúrgica hebdomadaria, se la dejaba a la iniciativa de los anacoretas y consistía, sobre todo, en el canto de los salmos, al que muchos dedicaban varias horas del día y de la noche. El pensamiento de Dios acompañaba al monje en todas partes y en ello veían la principal fuente de energía para vencer las pasiones.

    b - El trabajo:  Ellos partían del principio de que cada cual debía vivir de su trabajo manual, no importaba cuál, y siempre que ese trabajo fuera compatible con las posibilidades que ofrecía el desierto y con las exigencias de oración continua y recogimiento. Entonces, se fabricaban canastos, cuerdas, esteras, etc, objetos que la colonia se encargaba de vender para procurarse a cambio aquellos productos que necesitaba. Había, a veces, solitarios desocupados, pero, en ese sentido, enfriaban la disciplina espiritual del desierto en una de sus leyes fundamentales.

    c - El ayuno:  La frugalidad se consideraba aún más importante que el trabajo para sujetar la carne al espíritu. El ayuno consistía en hacer una sola comida al día. Estaba perfectamente reglamentado entre los cenobitas pero, entre los anacoretas, se dejaba librado al fervor de cada uno. Gran número de ellos  ayunaban todos los días; algunos comían tan sólo cada dos, tres, cuatro y hasta cinco días. Los ejemplos de los grandes ascetas arrastraban a los menos ardientes.

    3 ) Los frutos de la victoria: fortalecidos por ésta lucha contra el demonio y contra sí mismos, los ascetas llegaban, pco a poco, a la apatheia. Ésta palabra fue, originariamente tomada de los estoicos, pero tiene su significación muy cristiana que reúne al dominio de sí mismo y la paz espiritual. No se trata de la insensibilidad de aquellos filósofos ni de la indolencia de los quietistas. Los más adelantados en la ascesis, lejos de renunciar a las austeridades o al trabajo, se entregaban a ello con fervor para asegurar el pleno desenvolvimiento de la vida del espíritu.

    La apatheia, les permitía entregarse más plenamente a la contemplación de los bienes eternos, ya poseídos en esperanza. De allí proviene esa impresión de alegría profunda o de plenitud espiritual, al mismo tiempo que de fortaleza, que se desprende de los relatos, conservados de estas almas tan abiertas y ricas en medio del más absoluto desprendimiento de los bienes de la tierra. Si bien de por sí dichos relatos, a pesar de ser maravillosos, sorprendentes y pintorescos, no ofrecen una plena garantía, debemos hacer notar que la psicología que suponen es de altísimo valor. Dicha psicología nos muestra en su conjunto un plantel de almas selectas tendiendo únicamente hacia los bienes del Cielo o poseyendo, ya desde aquí abajo, la anticipación de los mismos.


    (de la introducción a los Apotegmas de los Padres del desierto, Ed. Lumen -  El Monacato oriental, B.A.C )


    viernes, 6 de agosto de 2010

    Sobre los Padres del Desierto y los orígenes del monacato - parte II

    ...Por este camino, el discípulo se liberaba, se vaciaba del hombre viejo y de todo resto de egoísmo que le hubiera impedido recibir los dones del Espíritu Santo. Aprendería, también él a "discernir los espíritus", o sea a distinguir, más allá de las apariencias, los movimientos interiores que provienen del Espíritu de Dios, o que son dispuestos por él, y a diferenciarlos de los que son preparados por el Enemigo a fin de hacerle tropezar y caer. Aprendería a leer la Escritura y, por ella, a iluminar su camino. Se convertiría a su vez, en un hombre espiritual. Como fruto maduro que se desprende de un árbol, se desligaría del anciano que lo tomó bajo su dirección para, también él, comunicar su conocimiento de la vida evangélica a otro principiante.

    La segunda parte de esta pedagogía se desarrolló a partir de la autoridad particular que se le reconocía a la palabra. No a cualquier palabra, sino a las que utilizan en su diálogo dos hombres ávidos de cumplir la voluntad de Dios: un anciano, ejercitado en el discernimiento, y un discípulo, cuyo único deseo es encaminarse por el sendero de la salvación. En esta perspectiva, la palabra pronunciada por el anciano al discípulo que acude a solicitarla es considerada como carismática y se la llama, de acuerdo a la palabra griega "declarar", un apotegma. Es carismática, en principio, porque el que la pronuncia es un hombre espiritual, y uno de los frutos de la presencia del Espíritu es, precisamente, esta "gracia de la palabra" que hace de él un educador espiritual. Pero esta palabra es también carismática por el resultado que ella produce en aquél que la recibe con la debida actitud interior, ya que solicitar una palabra no es suficiente. Es necesario hacerlo con fe y con el profundo deseo de extraer de ella un beneficio espiritual. Si el que la pide está movido por la curiosidad o la vanidad, entonces el carisma no juega más,y el anciano queda reducido al silencio.

    En el origen, hombres, iletrados en su mayoría, se dirigieron a sus discípulos y consultantes pronunciando palabras carismáticas en el sentido que acabamos de ver, y esas palabras fueron guardadas en la memoria.

    Aquí un apotegma que describe fielmente el espíritu de aquellos  padres del desierto:

     - Se cuenta que abba Pambo, en el momento mismo de su muerte, le dijo a los santos hombres que estaban cerca suyo: "Desde que vine a este lugar del desierto y construí mi celda y la habité, no recuerdo haber comido pan que no fuera fruto de mis manos ni he pronunciado palabra alguna, hasta la hora presente, de la que tuviera que arrepentirme. Sin embargo marcho hacia Dios como si jamás hubiera comenzado a servirlo".

    El Cenobitismo

    Al mismo tiempo que la vida monástica se desarrollaba ampliamente en muchas regiones del Bajo y Medio Egipto, se inauguraba en la Tebaida otra forma de vida monacal: el cenobitismo, cuyo primer organizador fue San Pacomio. Pacomio nació en el año 292 en la Tebaida superior, de padres paganos. Se alistó en los ejércitos imperiales y, siendo soldado, conoció el cristianismo hacia el año 313. Apenas convertido y bautizado, se entregó a la vida anacorética al lado del solitario Palemón. Pero al ver la desorientación de muchos anacoretas y los peligros que encerraba la vida solitaria sin ningún aliciente humano, reunió en torno suyo gran número de discípulos, y con ellos organizó el primer cenobio con todas las características de la vida monática de comunidad. El primer monasterio pacomiano se fundó alrededor del año 320 en Tabernesia, localidad de la Tebaida. Todos vivían en un lugar cercado y bajo una misma regla, obligándose a obedecer a un superior y observando una distribución y regla determinada, escrita por el propio San Pacomio. Se entregaban al trabajo manual y al estudio de la Sagrada Escritura.

    Las "Lavras" de Palestina

    Este género de vida monacal, sin embargo, no quedó circunscripto solamente a Egipto. Bien pronto se extendió a Palestina, aunque con características muy particulares, que dieron origen a las llamadas "lauras" o "lavras".
    El primer promotor de las "lavras" fue San Hilarión, discípulo de San Antonio. Hacia el año 306 inauguró la vida eremítica en Palestina, fijándose al sur de Gaza, donde bien pronto se le  unieron numerosos discípulos. Las colonias de San Hilarión, organizadas al estilo de las de San Antonio, se trasformaron, poco a poco, en verdaderos monasterios con vida regular cenobítica, pero bajo la forma especial de las llamadas "lavras".
    Eran una especie de cabañas separadas e independientes, pero situadas en un recinto cercado. Sus moradores seguían un estricto ascetismo bajo un mismo superior y director espiritual, y llevaban una vida de comunidad a la manera de los cartujos o camalduenses de la Edad Media y de nuestros días. En los alrededores de Jerusalén y Belén se organizaron varias célebres "lavras". El maestro más venerado de las "lavras" palestinenses fue San Eutimio; pero fue San Teodosio quien más contribuyó a darles la forma estricta de grandes cenobios.

    jueves, 5 de agosto de 2010

    Sobre los Padres del Desierto y los orígenes del monacato - parte I

    Entre los siglos IV y V, se dirigieron hacia los desiertos de Egipto, aquellos que "querían salvarse a toda costa y reducir al mínimo el peligro de perderse", poniendo entre ellos y las seducciones del mundo una barrera infranqueable. Por otra parte, permaneciendo con sus propias familias, apenas les era posible practicar con perfección el renunciamiento evangélico y vivir como verdaderos ascetas. Por lo tanto, poco a poco formaron el proyecto de despojarse de todos sus bienes, abandonar sus familias y su patria y retirarse a la soledad. Allí, en la más completa pobreza, al abrigo de los peligros del siglo, no se ocuparían más que de Dios y de su salvación eterna.

    Los primeros anacoretas vivían alrededor de las ciudades y aldeas. El mismo San Antonio, al principio de su vida eremítica, vivió, durante cierto tiempo, cerca de Queman, su pueblo natal.
    Pero esto estaba demasiado cerca de la sociedad de los hombres. Numerosos visitantes iban a turbar la paz de los solitarios. Sus parientes acudían a visitarlos con frecuencia y, a veces, los acusaban de haberlos abandonado a sus necesidades. En el mundo -les decían- hubiera sido posible, e incluso fácil, adquirir grandes riquezas y un nombre famoso. El cebo, en fin, de los placeres paganos, demasiado cercano para pasar inadvertido, ponía en peligro la virtud de los jóvenes eremitas. En el desierto, lejos del mundo habitado, éstos obstáculos desaparecerían. Había que refugiarse en él.

    En el siglo IV, éstos primeros cristianos tras la paz constantiniana abandonaron las ciudades del Imperio romano (y otras regiones vecinas) para ir a vivir en las soledades de los desiertos de Siria y Egipto.
    Ilustres precursores habían, por otra parte, precediendo a los solitarios. El profeta Elías y San Juan Bautista -por no citar sino a los más destacados- habían habitado en los desiertos y se habían elevado por la oración y las austeridades a una muy alta santidad. Había que esforzarse por imitarlos.


    Hacia esos desiertos se dirigieron los que serían los primeros Padres del Desierto: Antonio, Macario, Sisoes...al principio no eran sino un puñado, pero, rápidamente su género de vida sorprende y atrae y, en pocos decenios, se acercaron muchos discípulos: Arsenio, que había ocupado los más altos cargos de la corte imperial; Moisés, que se convirtió siendo capitán de uan banda de foragidos; Zacarías, que llegó siendo todavía un niño... y otros muchos que dejaron tras ellos sus familias, sus bienes, sus vidas... Las cabañas y las grutas en que se instalaron los primeros eremitas se trasformaron rápidamente en verdaderas comunidades monásticas en medio de aquellos desiertos. Pronto sus nombres se tornarían muy conocidos.


    El monacato oriental, floreció sobre todo en Egipto. Como es sabido, Egipto se divide en tres partes principales:

    - El Bajo-Egipto: al norte, cerca del delta del Nilo, donde se encuentran Alejandría, El Cairo y Menfis.
    - El Egipto-Medio: al centro, cuyas principales ciudades son Heracleópolis, al sur de Menfis; Licópolis y Panópolis, hacia la región tebaida.
    - El Alto-Egipto: al sur, o Tebaida, región de Tebas, capital de la comarca, que confina Etiopía.

    El monacato floreció en las tres regiones, pero los centros principales fueron:

    • a - El Valle de Nitria:  Es un espantoso valle, llamado así porque contiene yacimientos de nitro. En este valle, como en Pispir con San Antonio, los monjes habitaban celdas separadas. Nada en regla común. Cada uno organizaba sus ocupaciones como le parecía mejor. El sábado y el domingo todos los monjes se reunían en la iglesia levantada en el centro del valle, para participar en la Eucaristía y escuchar la Palabra de Dios. Debía ser un espectáculo impresionante el de las celdas esparcidas en los flancos del valle y de las que, por la mañana y por la tarde se escapaban los ecos de la salmodia. "Se creía uno favorecido por una visión del paraíso" cuenta Paladio, un testigo presencial. San atanasio, biógrafo de San Antonio, habla también del entusiasmo que arrebataba a los visitantes de la montaña de Pispir cuando veían aquellas largas hileras de celdas "llenas de coros celestiales que cantaban alabanzas divinas". El grito de admiración del profeta (Núm 24, 5-6) se escapaba de sus labios: "¡Qué bellas son tus tiendas, oh Jacob! ¡Qué bellos tus tabernáculos, Israel!. Se extienden como un extenso valle; como un jardín a lo largo de un río, como áloe plantado por Yavhé, como cedro que está junto a las aguas".
    • b - El Desierto de las Celdas:  Remontando el valle de Nitria se encuentra un desierto más abrupto todavía: el de las Celdas. Llevados por un amor creciente a las austeridades, muchos monjes se fijaron el él. Allí vivió el célebre Macario de Alejandría (-394) que quería sobrepasar a todos en la mortificación. Evagrio Póntico se estableció también en él en 352 y vivió allí hasta su muerte, en el año 399. Entre los solitarios había también letrados. Muchos poseían las obras de Clemente de Alejandría y de Orígenes. 
    • c - El Desierto de Escete:  Más allá todavía del desierto de las Celdas, a la entrada del desierto de Libia, se extendía el gran desierto de Escete, el país de arena, el desierto más apartado. Allí se estableció Macario el Egipcio (o Macario el Grande) y vivió en él sesenta años con algunos discípulos. Era sacerdote y había recibido "la gracia de la curación y de profecía". Se contaban de el tales prodigios y maravillas que Paladio vacila en referirlas por miedo de no ser creído. 
      Dirección espiritual y pedagogía de la palabra.

    Para aquellos hombres que se habían alejado de la vida cristiana de las comunidades urbanas, algunos de los cuales no deseaban llevar una vida conventual donde todo el mundo obedeciera una misma regla, el problema fundamental era: cómo aprender a vivir "según el Evangelio", ya que, en principio, no existían reglas preestablecidas a las cuales atenerse, ni modelo universalmente válido como punto de referencia sólido para los recién llegados, ni método para formar a los numerosos reclutas que no cesaban de fluir.

    Las primeras normas se fueron dando a medida que se avanzaba en una vida relativamente comunitaria. Cuando el novicio llegaba al desierto no le era lícito instalarse según su deseo. Primero debía convertirse en discípulo de un anciano -con ésta palabra NO se designaba a un hombre de edad avanzada- sino a aquél que, por una intensa práctica, se había tornado apto para discernir lo auténtico de lo aparente, un hombre de experiencia en el combate invisible, un hombre "espiritual". Con este anciano, él debía vivir todos los instantes, sometiéndose totalmente a él. Hacer, no solamente lo que le decía, sino, sobre todo, actuar como él, imitarlo en todas las cosas. Para él todo se limitaría a compartir su existencia, momento a momento, día tras día, con ese hombre experimentado con el cual aprendería el arte y la ciencia de vivir.

    Pero esa dependencia, y la desaparición de todo egocentrismo que ella implicaba, hubiera sido insuficiente de haberse limitado sólo al dominio de las acciones, pues el hombre es, también, intenciones, buenos y malos deseos, pensamientos múltiples. Por eso, durante un tiempo que el discípulo vivía con el anciano, debía abrirle su alma y su corazón y manifestarle todos los pensamientos que en él se agitaban. Su desaparición debia llegar a la transparencia...


    Extraído de la introducción a los Apotegmas de los Padres del Desierto (Ed. Lumen)